VOX corre actualmente dos peligros derivados de su rápido crecimiento: convertirse en un PP bis, un poco más radicalizado, y derivar hacia la extrema derecha. Los demás partidos, una vez ha fracasado el muro de silencio sobre VOX, tratan por todos los medios de asimilarlo amenazándolo con el estigma de ”extrema derecha”, y esa presión es muy peligrosa, porque llega también desde la Unión Europea, revestida de “democracia”. La realidad es que hoy VOX es el único partido democrático en España. Y lo es porque rechaza las leyes totalitarias impuestas por los demás, rechaza las corrientes disgregadoras de la nación impuestas y alimentadas por los demás contra la Constitución, y preconiza la aplicación de la ley contra su inaplicación sistemática frente a los separatismos, y contra el asesinatos de Montesquieu por los otros partidos. La democracia se demuestra en los hechos, no en palabrería embaucadora por no decir estafadora. En el reciente debate, Abascal dijo que allí había solo un representante totalitario, el comunista de Unidos Podemas. Eso fue un error. Quienes han traído y aplicado leyes totalitarias son precisamente el PSOE y el PP. Ese y no otro ha de ser el argumento. De otro modo se terminará cayendo en las redes que los corruptos antidemócratas le están tendiendo.
En cuanto a “extrema derecha”, como “fascismo” o “neofranquismo”, apenas pasan de ser insultos en el perturbado lenguaje de la izquierda, al que quiere sumarse el PP. Pero hay una realidad por debajo: se trata de grupos que rechazan la democracia desde posiciones conservadoras o revolucionarias anticomunistas heredadas de la gran crisis europea de los años 30. Estas ideas, obviamente, automarginan a sus defensores, porque la democracia viene del franquismo, no habría sido posible sin el franquismo y fue decidida por abrumadora mayoría en 1976, sin ruptura con aquel régimen y contra los nostálgicos del Frente Popular. VOX no puede abandonar la bandera de aquel referéndum decisivo, cuyo olvido deliberado abona todas las demagogias que identifican falsariamente democracia con antifranquismo. Reivindicar aquel referéndum que pronto empezó a traicionarse, es absolutamente esencial.
El franquismo se formó precisamente en respuesta a un enorme fracaso de la democracia en los años 30, a manos de los partidos disgregadores y totalitarios que formaron el Frente Popular y que hoy constituyen informalmente uno nuevo. Fracaso que venía ocurriendo en gran parte de Europa por las mismas razones. El franquismo intentó ser una alternativa a la democracia liberal y al marxismo, y lo consiguió en la práctica hasta cierto punto: sus grandes logros fueron salvaguardar la unidad nacional, la cultura cristiana, la propiedad privada, la libertad personal, la familia y la libertad de mercado, y promover una prosperidad nunca vista hasta entonces. Pero no logró articular una doctrina suficiente para mantenerse de forma indefinida. Se trataba de articular cuatro doctrinas discordantes: la falangista próxima al fascismo, las dos monárquicas –liberal y carlista– y la católica-política. De articularlas en torno a dos ideas genéricas: el patriotismo y el catolicismo. Este conjunto de ideas y los partidos o familias inspirados por ellas solo podía sostenerse sin encontronazos demasiado graves mediante el predominio de una, la católica, más la autoridad de Franco y el ejército, incuestionada hasta el final.
Ya sabemos lo que ocurrió: el Vaticano II propició la rápida descomposición de aquellas ideas y familias. La nueva actitud de la Iglesia pudo abocar a un derrumbe traumático e incierto, parecido al del salazarismo en Portugal. Si no fue así se debió a que bajo el franquismo se había creado una sociedad próspera, moderada y reconciliada, ajena a los viejos odios, fuera de grupos muy minoritarios.